miércoles, agosto 27, 2008

Juegos olímpicos: la imagen que no queremos ver en el espejo

En general me gusta lo que hace Tarantino como director y/o guionista.
Creo que tiene una tremenda capacidad para captar la "cultura pop" y mezclarla con la "cultura under". En otras palabras, es un tipo tremendamente ñoño que sabe ser muy "cool" (odio ese anglicismo, pero creo que no le puede venir mejor al caso).
Pero lo que más me gusta, es la capacidad que tiene en sus guiones para armar excelentes diálogos o conversaciones.

Uno de ellos es el de Kill Bill Vol. 2 (2004), cuando Beatrix Kiddo y Bill tienen su esperado encuentro.
Después de varios años tenían hartas cosas que explicarse el uno al otro, y en ese entendido, Bill decide dispararle un dardo con "suero de la verdad", para poder confiar en las respuestas de "la novia". Mientras el dardo le hace efecto, Bill comienza una aparentemente ñoña conversación sobre los cómics de superhéroes.

Y es ahí donde se manda una reflexión de antología: su cómic de superhéroes favorito es Superman, no porque sea una buena historia o porque sea bien dibujada, sino porque es una radical crítica a la sociedad moderna. Superman no necesita disfrazarse (como Batman, por ejemplo) para ser Superman. Siempre tiene puesto su traje.
Superman necesita disfrazarse para "encajar en el mundo". Superman no es Clark Kent, se disfraza de Clark Kent.
Y ahí está el dato: Clark Kent es la forma en como Superman ve a la humanidad. Es su crítica.
Débil, tímido, torpe, sumiso...así "nos ve" Superman. Por eso Clark Kent es así.

¿Y qué tiene que ver esto con el título de la columna?

Terminaron los Juegos Olímpicos de Beijing, y las voces -para variar- tienden a ser unánimes: Que han sido los más espectaculares, que la organización impecable, que los shows maravillosos, increíble, etc.

Peeero...
Porque tiene que haber un "pero".
Es decir, "occidente" miró siempre con algo de recelo (y algo de temor) la "demostración" que estaba haciendo quién se alza como potencia indiscutida. Había que encontrar algo malo, algo que no funcionara.
En un principio, era el tema de el exceso de Smog.
Un rato fue el asunto del Tíbet, pero no logró "empañar la fiesta".
En otro momento fue el tema de la "censura", pero tampoco duró mucho más allá de los comentarios livianos de periodistas que cada cuanto recordaban que no hay democracia y que el gobierno "ejerce un férreo control".

Pero hubo un hito que suscitó el "horror generalizado" en diarios, televisión, e incluso blogs: el famoso "fraude" de la niñita que (no) cantó en la ceremonia inaugural.

Creadores de "opinión pública" de todos los rangos, calañas y lugares mostraban su desaprobación frente al hecho de que la dulce niña sólo fingía, y que la niña que realmente cantaba estaba oculta, porque no era bonita y tenía los dientes chuecos.

Helas aquí:


Cuando fue confrontado, el encargado del asunto defendió la decisión diciendo que "debíamos proyectar nuestra mejor imagen al mundo".
A eso se les sumó que los fuegos artificiales de la ciudad no eran reales, sino un efecto de imagen para la televisión.

Para serles sincero, a mí el asunto en sí no me escandaliza tanto.
Lo que sí encuentro preocupante es la hipocresía con la que se mira.
Para mi gusto, los juegos olímpicos fueron el "Clark Kent" de China.
Creo que la "mejor imagen para proyectar al mundo", es en realidad -como toda imagen- la imagen, la interpretación que ellos hacen del resto del mundo.
Vale decir, la forma como hicieron los juegos olímpicos, es la forma como creen que valoramos en occidente.
China interpretó nuestros códigos y quiso impresionarnos con aquello que responde a nuestras lógicas.

¿Con qué cara se puede hablar de fraude, si antes de Milli Vanilli ya existía esto de separar la imagen de la voz?
¿Con qué cara se escandalizan, si en casi todos los programas en la televisión cuando invitan una banda, en realidad están haciendo playback?
¿Sabían que ni siquiera los artistas invitados al "festival del Huaso de Olmué" tocan realmente en el escenario? Lo sé de primera fuente.

El "fotoshop" es casi obligado en todas las fotos que salen en revistas, las cirugías plásticas, botox, liposucciones...¿Lo inventaron los chinos?
¿Y los efectos especiales de imagen y sonido? ¿George Lucas es un chino disfrazado de gringo?

Los chinos simplemente hicieron aquello para lo que son muy buenos: imitar lo que hace occidente.

Y la verdad de las cosas que hace rato que giramos en torno a la imagen.
Que nos importa más la forma que el fondo.
Que estamos contaminados y contaminando industrialmente hace un par de siglos, y que el Smog llena nuestros consultorios.
El duopolio de la prensa y la concentración de la televisión hacen innecesaria una intervención del Estado, intervención, que por lo demás, si existió.

Y la democracia...no sé que tanto tengamos para jactarnos con respecto a los chinos. Acá se reprime fuerte a los que protestan, no se oye a los que piensan distinto, y el "gobierno ciudadano" no es más que una entelequia raptada por la tecnocracia y los mismos de siempre, disfrazada de "consejos asesores". Lo que están arriba, en "la ciudad prohibida".

Lo más feo de estos Juegos Olímpicos es justamente lo más feo de las mentiras de occidente. Las mentiras que vivimos cada día y sobre las que podemos alegar cuando la vemos en el "otro", cuando en verdad ese "otro", no hace sino replicarnos a nosotros mismos.

Por Favor, reAcciones

P.S.: Esta columna está dedicada con mucho cariño a mi gran amigo Pato Vidal, deseándole la mejor de las suertes en estos 4 años que estará estudiando en Shangai. Un abrazo.

jueves, agosto 21, 2008

El gesto de la semana: "Contaminar es más barato, pero es feo admitirlo"


Hace un tiempo que me di cuenta que las bolsitas de té Supremo ya no venían en el clásico sobre de papel.
Ahora un envoltorio de ese material que es entre plástico y aluminio las envuelve.
En esas conversaciones triviales que acompañaban el té, hacíamos ver el absurdo de reemplazar el papel por una fuente que demora tantas vidas en degradarse.

No volví a ver estos sobrecitos donde habitualmente tomo té, y casi me había olvidado del asunto, archivándolo en esa frágil -y a estas alturas difícil de sorprender- memoria de los absurdos anti ecológicos.
Pero la publicidad -propaganda más bien- se encargó de recordar el enmascaramiento.
Con jingles pegotes se jactan de que ahora el té está protegido por un "sobre hermético para conservar todo su aroma y sabor".

¿Cuándo fue eso realmente un problema a la hora de tomar té?

Es decir, tampoco estamos hablando de un producto para degustadores exigentes. Es solamente el clásico té para salvar el desayuno, once, acompañar comidas, y pasar los fríos entre clases o cigarros de oficina.
Es la alternativa al "nescafé" que no nos cae mal a la guata, o que amortigua una sobredosis de cafeína.

La verdad de las cosas, es que hace rato que envolver con plástico es más barato que hacerlo con papel u otro material biodegradable.
Y de la misma manera en que generar energía con petcoke, carbón o petróleo es más barato que hacerlo con paneles solares o turbinas eólicas, lo barato sacrifica lo sustentable y destruye el medio ambiente.
El problema sigue siendo el mismo: una ilusión en la que la basura y la contaminación serán graves en muchos años más, y que por mientras vale la pena reducir los costos, ampliar los márgenes, y dejarles una abultada herencia a hijos y nietos que vivirán en un mundo de mierda.
Lo terrible es que el problema es ayer. No mañana, ni siquiera hoy.

Ahora, lo más curioso de todo -que en realidad no es nada de curioso- es que el holding que controla té Supremo, también se dedica a hacer envoltorios y bolsas plásticas, para cuyo proceso reciclan plástico.

Sabemos lo que pasa con el plástico. Sabemos que se tarda cientos de años en degradarse.
Sabemos que gran parte de él va a parar al mar, donde delfines y aves los confunden con medusas o peces y se asfixian.

Pero es negocio usarlo.
Es más barato contaminar.

Sé que es un casi nulo aporte, pero rechazo que me den bolsas cuando no las necesito, y cada vez que puedo llevo las mías para comprar en el supermercado.

Y claro, ya no tomo té Supremo.

Por Favor, reAcciones

martes, agosto 12, 2008

Irse de la ciudad y el suicidio de Schopenhauer

Recientemente pude ver "Grizzly Man" (2005), de Werner Herzog.
Creo que es uno de los documentales que más me han gustado y dejado pensando.
El cineasta alemán recoge uno de sus temas "fetiche": la relación conflictiva entre el ser humano y la naturaleza.
A decir verdad, más que la relación misma, es la interpretación que el ser humano hace de la naturaleza lo que lo obsesiona. Esto no sólo se puede ver en su "Fitzcarraldo" o en "Aguirre, la ira de Dios", sino que lo esboza muy bien en el documental "Mein liebster Fiend", donde dedica un pasaje a criticar la inconsecuente visión de la selva que tenía Klaus Kinski (frente a como mañoseaba el actor en las filmaciones de las dos películas antes mencionadas).
Herzog difiere con una visión "bondadosa" de la naturaleza. Para él no tiene sentido moralizarla, y mucho menos desprenderla de la violencia y obscenidad que le son intrínsecas.

Es por eso que Timothy Treadwell le aparece como un personaje tan atractivo.
Nacido originalmente bajo el nombre de Timothy Dexter, este ecologista y defensor de los osos Grizzlies originario de Nueva York, pasó 13 veranos viviendo entre ellos y grabando más de 100 horas de video. Acercándose demasiado a estas enormes bestias, llegaba un momento en que su cruzada por defenderlos implicó salirse de las normas del parque Katmai en Alaska, y arriesgar su vida -y eventualmente la de su novia- hasta que finalmente ambos la pierden, cuando ya era una especie de Steve Irwin de los osos en Estados Unidos.
El personaje que había consolidado este actor frustrado, y alcohólico-drogadicto rehabilitado, lo había llevado a cambiarse el apellido por otro que "sonara más atractivo", y usar un acento indefinible.
El 2003, acampando en un lugar peligroso, fuera de las normas, y demasiado tarde en el otoño (cuando sus osos "amigos" ya se habían ido a hibernar) él y su novia son devorados por un oso. Aparentemente un macho viejo que no pudo comer los salmones necesarios para hibernar, y que necesitaba acumular reservas para pasar el invierno.
"Murió en la suya", diríamos. Al igual que Irwin.

Sin embargo el trabajo que hace Herzog, en base al material grabado que él había dejado y con las entrevistas, se transforma en una excelente manera de narrarnos una tragedia en la cuál parece vislumbrarse la batalla que Treadwell estaba librando.
Batalla que era consigo mismo finalmente. Renegando de su vida pasada, demasiado citadina y "occidental", que encuentra "redención" -y como todo adicto, una nueva adicción- en la vida natural con los osos.
Un mundo al cual por más que se esfuerce en formar parte, le es finalmente ajeno.
Un mundo que por más que se esforzaba en idealizar y embellecer, seguía siendo mirado desde un punto de vista humano, demasiado humano.

Pese a que mi primo Javier -lector ocasional de estas columnas- me ha dicho que a veces son "muy elitistas", arriesgaré la posible incomprensión (aunque tiendo a ser optimista) por la necesidad de un nivel de abstracción:

En "El mundo como voluntad y representación" Arthur Schopenhauer, uno de los filósofos que me genera más atracción, plantea lo que a primera vista pudiera ser una paradoja:
"El suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente."
¿Cómo puede ser posible este aparente contrasentido?
Pues porque para Schopenhauer la "voluntad de vivir" está lejos de ser una actitud positiva ante la vida, tipo "Aló Eli" o de los testimonios redentores como "Elegí vivir".
La voluntad de vivir es una carga. Y esta noción se le impregnó en los numerosos viajes que hizo a la China, India, y otros países orientales.
Es una carga porque finalmente somos mortales, y ese deseo de aferrarnos a una vida que sí o sí se nos acabará, nos genera angustia y sufrimiento.

Nada de descabellado dada la manera conflictiva que tenemos de asumir la muerte en nuestra cultura.
Pues bien, para Schopenhauer el suicida no niega la voluntad de vivir, niega la vida.

"El suicida ama la vida; lo único que pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece."
En otras palabras, desearía tener una vida sin sufrimientos, una vida plena. Se quita la vida por que no "asume" el sufrimiento que hay en ella. Es decir, imagina una vida gozosa y libre de penurias.

Algo de eso podemos encontrar en la vida de Treadwell. Lejos de negar su origen y vida "occidental neoyorquina", la afirmaba cada día al buscar en la naturaleza, al imponer a la naturaleza aquellos valores y afectos que no tenían lugar en la ciudad y sus vicios. Y además, en sus grabaciones el tema de morir era recurrente, dejando en claro que "moriría feliz" entre los osos. Muchos de sus detractores dejan en claro que él prácticamente "se lo buscó", casi como un suicidio.

Hace unas semanas conversaba con keko sobre aquel sueño burgués cliché de "mandar todo a la cresta e irse a vivir lejos de santiago en un terreno autosustentable". Como buen pequeño burgués cliché que tiendo a ser, debo admitir que la idea me seduce de cuando en cuando.
Pero también me gusta lo macabro.
Y nos poníamos a pensar que sucedería si "la ciudad te pillara" en tu refugio rural. Total, si quieren poner represas en la Patagonia...

Yo afirmaba que frente a esa situación la única opción es el suicidio. Tal vez un suicidio "altruista" dinamitándose en una represa o forestal, pero suicidio al fin.

Si ya te fuiste de la ciudad porque no aceptas las condiciones de vida que te ofrece, que la ciudad te alcance se transforma en una fatalidad. Quiere decir que no puedes vivir como quieres vivir.

Si lo pensamos como una analogía, renunciar a la vida citadina se aparece como un suicidio. No aceptamos que la vida tenga tacos, bocinas, smog, gente mal genio, gente que duerme en las calles, stress, lanzas, atochamientos en el metro, comercio ambulante, cámaras de seguridad, Megavisión, ruidos de construcción, taxistas, prepotentes, malls, Mc Donald's, etc.

Creemos que la vida puede estar libre de todo eso.
Creemos que la vida puede ser una vacación constante.
Creemos que negando la vida urbana podemos contactarnos con lo "natural", cuando no hacemos más que afirmar la ciudad como nuestro punto de referencia y oposición cada día.

Y si esa ilusión se nos cae, si ese suicido fracasa, ¿Cuál podría ser la salida sino un mismo suicidio?

Usted estimada lectora, estimado lector, ¿Es un suicida en potencia?
¿Mandaría todo esto a la cresta por el olor a bosque, campo, o playa?
¿Y si llegaran las bocinas, grúas, y torres de alta tensión?

Por Favor, reAcciones


P.S. o "Bonus track": Me percato del tono "Kurt Cobain" con que esto se podría leer.
No es mi intención.
En cualquier caso, dejo otra provocación ya enunciada antes: los drogadictos y alcohólicos son los primeros en admitir que ellos nunca se "curan", aunque pueden rehabilitarse en la medida que no consuman nunca más aquello de lo que dependieron.

Yo creo que el tema no pasa por la substancia, pasa por ser predispuesto a ser adicto.
Nada más claro que ver un adicto rehabilitado: se transforman en adictos a otra cosa.
Tatuajes, dios (rehabilitación evangélica), gimnasio, deportes, o incluso su misma rehabilitación, transformándose en redimidos miembros del personal de la clínica o centro donde "vieron la luz".

En el caso de Timothy Treadwell, fueron los osos grizzlies la adicción "de reemplazo".
Adicción de la que paradójicamente murió por "sobredosis".

martes, agosto 05, 2008

El gesto de la semana: "Crisis para el deleite"


Algo me sucede cuando aparece la figura de nuestro ministro de Hacienda. De hecho algo me sucede incluso cuando me lo nombran.

Y no creo ser el único.

Arrugo la cara al menos, como si diera un poco de (Vel)asco.
Y siendo bien sincero, no sé muy bien por qué.

Tuve lo que podríamos llamar “acceso” a un encuentro que el ministro sostuvo el viernes 11 con estudiantes destacados de la mención en Economía de Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile, y alumnos del magíster de la misma especialidad. Una clase de escogidos por su amigo Oscar Landerretche que no llegaba a las 50 personas.

Esperaba escuchar algo diferente –es la futura elite de la economía del país-, pero en quince minutos no dijo nada muy distinto a lo que anda repitiendo constantemente: “que estamos bien preparados porque tenemos la casa ordenada”, “que es una inflación importada”, “que el precio de las materias primas está muy alto”, “que la crisis de los alimentos”, “que extinguimos la deuda pública”, “que tenemos superávit fiscal en 13 de los últimos 16 años, y que los últimos dos años ha superado el 7% del PIB”…en fin, con un poco de decepción escuchaba lo mismo que está al alcance de cualquiera...

Velasco escenifica un personaje de sí mismo, un personaje que echó a andar algún tiempo después de asumir como ministro. De alguna forma parecía algo parco ante el “público”, y le faltaba salir más a “terreno”.

De forma demasiado estirada y evidentemente pauteada, lo vimos haciendo “puerta a puerta” para explicar los beneficios de la reforma provisional, hablando con muchas metáforas marítimas (“oleada”, “marejada”, “tormenta”), o usando eufemismos como “tocar el bolsillo de la gente”.

Pero no funciona.

A Eyzaguirre le resultó al final del gobierno pasado (recordar el “Tranquilein John Wayne”, o el indispensable “A mi gordi”), pero con Velasco no pasa nada.
Al menos yo no le creo. Es un tipo en un puesto clave y que debiera infundir tranquilidad. Y claro pues, es paradoja propia de la economía la “profecía autocumplida”. En simple, si le dices a todo el mundo que la economía se va a ir a la cresta, la gente ahorra, se aprieta el cinturón, decide dejar de consumir, y prefiere no endeudarse. Con eso la economía comienza a estancarse y la crisis se hace una realidad. Lo que es una crisis de expectativas, deviene en una crisis económica real.

Sin embargo, algo tiene Velasco que no infunde confianza. Y no pasa porque sea un tipo que no sabe lo que hace. De hecho, su trayectoria académica debiera producirnos lo que produce: que es un economista cuyo manejo técnico es inapelable. Claro pues, profesor de la cátedra Sumitomo de Finanzas Internacionales y Desarrollo de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. Doctorado en Economía en Columbia, y con estudios posdoctorales en Economía Política en Harvard y MIT. Impresionante.

Claro, a parte de alrededor de cien artículos publicados, tiene también un par de novelas (¡vaya epidemia esta de economistas e ingenieros que les da por la literatura!), pero no es por ellas que está donde está.

Tratar de criticar sus decisiones macroeconómicas sería la definición de lo pretencioso. O sea, el tipo es profesor de Harvard. Y es tal vez esa la imagen que proyecta. Las críticas a su gestión tienden a ser tibias, tímidas. Y sólo queda un asunto de paladar, más político, en el cual uno puede discutir su visión económico-política y discrepar de ella.

En otras palabras, hay quienes creen que llevar dos años con un superávit fiscal superior al 7% del PIB es un exceso de conservadurismo y mesura, y que bien vendría usar algo de ese dinero habiendo tantas necesidades en un país –que finalmente- no es mucho más que “emergente”. Yo me considero dentro de ellos, pero yo qué sé. Fueron pocos los ramos de economía que tuve, y de Velasco sólo he leído un patético artículo escrito por él llamado “La (In)Felicidad”.

Pero ¿qué pasa con su manejo político?
¿Qué pasa con el Velasco ministro, no con el académico?

Habría que partir por buscar su trayectoria política: ninguna.

Su nombramiento de por sí fue una sorpresa. Todos daban por seguro a Mario Marcel, pero al parecer el mismo Landerretche es demasiado amigo de la presidenta y demasiado amigo de Velasco.

Este hijo de exiliado hizo toda su juventud y madurez en la academia estadounidense, y la única razón que este prototipo a medias del “self made man” tenía para volver al país donde nació, era para hacerse cargo del ministerio –hoy por hoy- más importante del país.

No le responde a ningún partido político, su plataforma –fiel al viraje que está teniendo la política hacia la tecnocracia- es un “think tank”: Expansiva. Tan fuerte es su influencia que Expansiva logró tener 5 ministros a comienzos del gobierno.

Ahora, la diferencia entre la formación que puede tener un político en un partido o en un “think tank”, radica en que en el primer lugar debe aprender al negociar y obedecer. En el segundo, debe poseer la verdad. O lo más cercano a ella. Mal que mal, está generando conocimiento para influir. El lugar de influencia del académico es mucho más acorde a su espíritu en una institución de este tipo, que en un partido.

No es de extrañarse entonces que le cueste negociar. No es de extrañarse que le haya llevado la contra a ministros del interior, secretario general de gobierno, del trabajo, economía, defensa, y hasta la misma presidenta.

Hay uno de estos encontrones que recuerdo con mucha claridad porque me tocó estar presente: acababa de llegar a Haití la entonces ministra de Defensa Vivianne Blanlot en visita oficial. En el marco de una exposición -de el entonces jefe de la misión Juan Gabriel Valdés- sobre el estado del país caribeño, sus necesidades, y la acción de Naciones Unidas, un periodista le pregunta a la ministra si acaso le parecía razonable que Chile usara algo de los excedentes del alto precio del cobre para ayudar al país que decimos estar ayudando.

Blanlot contestó obviamente que sí.

El periodista obviamente sacó la respuesta de contexto, y acá ardió Troya. Velasco en uno de sus primeros golpes sobre la mesa dijo que “aquí el que decide el uso de los fondos fiscales soy yo”. A los pocos meses su ex-compañera de “Expansiva” dejaba el cargo.

Desde los gobiernos de la concertación jamás se ha cambiado un ministro de Hacienda: Foxley, Aninat, y Eyzaguirre han terminado sus períodos. En este caso, Bachelet también ha mantenido la tendencia intacta, y ha dado una especie de señal manteniendo también a Andrade en el ministerio del Trabajo, pese a lo mucho que ha estorbado a Velasco.

Velasco tiene la razón, y no dejará de tenerla.

El sábado 19 de julio, en la revista de ese día de El Mercurio, Velasco afirmaba que “cada día lo paso mejor como ministro”. El viernes 11 decía a los presentes que “son afortunados porque les va a tocar vivir un remezón internacional”. Velasco está entretenido, cree que toda esta convulsión que toda esta crisis es algo digno de estudiar y experimentar. Su mirada es la del académico, no la del “servidor público” que ve tras esta situación la preocupación, precariedad, hambre, y empobrecimiento de “la gente”. Velasco tiene ante sus ojos un “laboratorio” que cualquier investigador desearía poder manipular en la medida de lo posible.

¿Cómo le vamos a creer que hay que estar tranquilos, si a él todo esto le entretiene con una avidez en la que pareciera que deseara ver una crisis extraña y única?

¿Cómo le vamos a creer sus acartonados “puerta a puerta”, si realmente preferiría estar en otro lugar, mirando más de lejos todo el panorama?

¿Qué “disciplina” o negociación política va a tener este “gringo”, que a penas termine la pega volverá con aún más experiencia (académica, no política) a hacer sus clases, charlas, y artículos?

No le pidamos peras al olmo: Tenemos un frío tecnócrata manejando los recursos del Estado.

No un tipo con vocación de servicio público.

No un tipo con empatía hacia “la gente”.

No un político.

Aunque claro, ¿quedan políticos con esas características?

Por Favor, reAcciones

P.S.1: Agradezco a quienes hicieron esto logísitcamente posible. Mantendré vuestro anonimato para evitar malos ratos.
P.S.2: Esta columna fue publicada casi tal cual en La Página. Pueden ver la original aquí.