sábado, mayo 14, 2011

No hay caso



Hay una especie de incompatibilidad estructural entre la política (partidista) y la defensa del medio ambiente. Algo así como si estuvieran condenadas "por naturaleza" (valga la ironía) a no entenderse, a no compartir un "sentido común".
Me ha tocado palparlo directamente las veces que he podido colaborar en causas ecologistas, pero no es necesario "estar adentro" para verlo. La estimada lectora o el estimado lector seguramente recordará la sensación de chacota que dejaba el nombramiento del más poderoso lobbysta de Celco para la contaminación del Río Cruces -Ricardo Lagos- como comisionado de la ONU para el cambio climático. De hecho, le valió el sarcástico apodo de "Capitán Planeta".
Del mismo modo, es esperable levantar una ceja cuando se ve a parlamentarios concertacionistas haciéndose parte de las protestas y demandas, siendo que cuando fueron gobierno también hubo presiones a seremis e intervenciones directas de ministros que llegaron a cambiar decretos con tal de aprobar proyectos contaminantes. "Oportunista" es una de las palabras más comunes que se utilizan al calificar a estos políticos aparecidos en causas medioambientales. Y es que es muy obvio el cálculo de rechazar lo que la ciudadanía rechaza. Otra cosa es que ese cálculo les resulte...
Otro elocuente ejemplo de lo poco afines que son las lógicas del activismo medioambiental con la política es el escaso éxito que tienen los partidos ecologistas. En ninguna parte son una fuerza política mayoritaria.

Y el problema, para mi gusto, va más allá del nivel de la discusión política -como escribe aquí Bellolio- .
El problema es de fondo. Esas formas de referirse desde a la política a los ecologistas -que bien narra aquí Carlos Parker- siempre aparecen como destempladas, casi desesperadas.
Que los "eco-terroristas".
Que "reciben financiamiento extranjero" (¿Puede haber argumento más hipócrita?)
Que hacen "oposición irresponsable a los proyectos"
Que "están dispuestos a boicotear el desarrollo del país por salvar un par de animalitos"

Por supuesto, esto no quiere decir que haya políticos que legítimamente defiendan causas ecologistas desde siempre. Incluso en partidos de gobierno, como el Senador Horvath. Pero es la misma respuesta que la UDI le da, invitándolo a "no caer en el juego populista de la izquierda" lo que vuelve a confirmar esta incapacidad que tiene la política para entender al ecologismo.
La política entiende de estrategia, adversarios, negociación y triunfos pequeños. Le es inherente ese espíritu bélico, muy a lo Clausewitz (puesto de cabeza, para los foucaultianos), y en eso, el destruir y desacreditar al adversario es obligado. Todo se vale, dicen...

La política, en esta clave, es incapaz de entender que alguien se movilice sin esperar nada para sí mismo.
No puede entender que alguien piense a largo plazo, pero largo plazo de verdad. No los 10 ó 15 años, o la próxima elección...
No puede entender que alguien no quiera un puesto de poder o dinero a cambio de defender sus ideales.
No puede entender que lo que defienden los ambientalistas no sea negociable (¿Cómo negociar a medias un ecosistema?)
No puede entender, en definitiva, que haya quienes se hagan parte de un altruismo desinteresado.

Y eso, es tal vez una de las formas más elocuentes en las que la política actual se desnuda: ni siquiera es capaz de comprender la búsqueda desinteresada del verdadero bien común.

Y se supone que de eso se trataba la política ¿no?

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P.D. al 18/05/2011: La convocatoria antes publicada aquí ha sido cancelada ya que la paranoia que mantendrá cerrada la moneda hacen que la intervención carezca de sentido. Le informaremos cualquier cambio o nueva intervención.

lunes, mayo 02, 2011

Lo que quieran

Celebrando la venganza...

"Me parece que debo comprarlo, es un día histórico" decía al cajero el tipo que me antecedía en la cola del supermercado, sosteniendo el diario de una manera que mezclaba la incredulidad con la carencia de total convicción en su decisión. No recuerdo que diario era, pero da lo mismo. Los titulares de hoy eran todos iguales: "Bin Laden Dead".

A las 12:30 de la noche nos enterábamos de la noticia y veíamos al primer presidente mulato de la historia de Estados Unidos asegurar que el hombre más buscado del mundo (lograr ostentar ese título por diez años no es nada menor, sobre todo si te persigue un monstruo del espionaje y la "inteligencia" como lo es el país más poderoso del mundo...) estaba muerto.
Tomando las precauciones del caso, dejaba en claro que esto no era una guerra contra el Islam, sino contra el terrorismo (misma retórica que Bush) y que Bin Laden también había asesinado miles de musulmanes, incluidos mujeres y niños (para que no quede duda de que era malo-malo).
Con todo, sabemos que más importante que este mensaje le llegue a los extremistas islámicos es que le llegue al pueblo estadounidense: hay motivos para temer un ataque más que nunca. Los terroristas no escuchan razones y probablemente quieran vengar esta muerte.

Sin embargo, para mi gusto el momento más interesante-preocupante de su discurso es cuando dice que "No hay nada que América no pueda hacer". Algún optimista podría interpretarlo como un mensaje de esperanza frente a un gobierno prácticamente en bancarrota y una crisis económica que está lejos de difuminarse.
Pero el mensaje tiene una lectura más siniestra que -a diferencia de fantasear con el futuro económico- se apoya en los hechos: es un mensaje imperialista. EEUU inició guerras ilegales contra Afganistán e Irak, y desplegó un operativo en Pakistán sin decirle nada al gobierno de turno, como si estuvieran en su patio.

Pueden hacer lo que quieran. Entregar conexiones inexistentes (e imposibles) entre Al Qaeda y Sadam Hussein, inventar que este último tiene armas de destrucción masiva, para finalmente invadir el país, asegurar los pozos de petróleo (mientras los museos con reliquias de la cultura más antigua -Mesopotamia- eran saqueados) y lograr la ejecución de Sadam Hussein en un gesto más propio de un complejo de Edipo (Bush jr) superando al padre, que de justicia.

Pueden hacer lo que quieran. Entregar una dudosísima verdad oficial sobre los atentados del 11 de septiembre del 2001, hacer que el 70% de la población se la crea y justificar 10 años (y contando...) de una costosísima guerra en términos de recursos y de bajas.

Pueden hacer lo que quieran. Armar en otros países a líderes guerrilleros (o terroristas) con quienes tienen enemigos comunes, entrenarlos, financiarlos y después transformarlos en enemigos propios (olvidando todo lo anterior, por supuesto) y combatirlos.

Pueden hacer lo que quieran. Tener detenidos de forma indefinida (en bases en el extranjero), sin someterlos a juicios. Torturarlos, violando abiertamente los derechos humanos, para obtener la información que buscan.

Y esta noticia les viene como un broche oscuro que clausura una historia que ha tenido baches y zonas sin aclarar desde un comienzo. Si Obama lo dice, hay que creerle. En una época en que todos los ataques militares son filmados, sólo contamos con la palabra de uno de los propagandistas más exitosos de nuestros tiempos y una "supuesta imagen" del ejecutado difundida en Twitter.
Para más remate, el cadáver fue lanzado al mar. No tendremos una exhibición al mundo como hicieron los bolivianos con el Che Guevara, mucho menos un juicio donde poder oír la versión de Bin Laden, como pasó con Saddam.

Y esto último es lo que más se lamenta. Frente a la creciente evidencia -que pocos quieren mirar- de que no existe conexión entre Bin Laden y los atentados, ya no habrá forma de saber su defensa, su verdad. La verdad histórica (esa de los triunfadores y que se impone por el peso del poder y no por la veracidad de los hechos) quedó sancionada.

En un operativo poco claro, sin imágenes y donde el presidente de la "esperanza" evoca las mismas retóricas imperialistas de antes, las torturas aparecen como justificadas, ya que es información obtenida de esa forma la que llevó a su captura.

Algunos fueron a ondear banderas de Estados Unidos y de sus fuerzas armadas fuera de la Casa Blanca consumando con júbilo el darle la espalda a todo lo que empaña este hecho.

Obama se anota un triunfo en una popularidad que iba a la baja, justo en un sector que le será sensible para su reelección.
La CIA borra 10 años de ineficiencia y acciones reñidas con el derecho y convenciones internacionales, adjudicándose el hacer posible el operativo.
El dólar sube.
Las guerras adquieren un nuevo voto de confianza: ante las posibles venganzas se legitiman como necesarias.

Y el Estado aprovecha de recordarle a sus ciudadanos que ahora están en más alerta que nunca por miedo a represalias. Se estrecha la vigilancia, la paranoia y el control.

Pueden hacer lo que quieran.

¿Y usted pensaba que Obama significaba cambio?

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