martes, agosto 16, 2011

Cacerolazos a lo lejos

Nuestra embajada en el imperio en decadencia intervenida por su servidor.
Haga click para ver en tamaño completo.

"Yo también soy chilena y ustedes me dan vergüenza"
dijo al pasar una mujer en la plaza tras la Casa Blanca, donde fuimos a parar luego de marchar con carteles y banderas desde la embajada de Chile en Washington DC. Cuando ya estábamos de vuelta, nos preguntábamos qué era lo que podía darle vergüenza de nuestro modesto grupo que protestaba en apoyo a las demandas por la educación en Chile. ¿Qué país le gustaría mostrar a esta chilena en EE.UU.?
Probablemente ese bien maquillado que entra en la OCDE, que le gusta aparentar que es ordenado y estable, ese que mira a las potencias antes que a sus vecinos. El mismo país que oculta sus problemas y precariedades, como bien lo hace nuestra embajada en la exposición temporal del rescate de los 33 mineros en el museo smithsonian de historia natural.

La vergüenza es mutua.

Cartelito en la exposición temporal del rescate de los 33 mineros en el museo de historia natural.
No hay alusión a los casi 50 mineros fallecidos en el año, a las condiciones precarias de trabajo, a la falta de fiscalización ni a la porfía de reabrir una mina que ya se había clausurado. Pareciera que todo fueran fuerzas externas.

Nos había llegado un mail durante la semana que avisaba que el movimiento calle 13 convocaba a todos los chilenos que estuvieran en el extranjero (los mismos que no pueden votar) a juntarnos fuera de las embajadas y consulados a protestar. El mail también indicaba un cambio de hora a las 12 porque las embajadas cierran a la 1. Lo que era irrelevante, ya que la convocatoria era en un día sábado, así que nadie iba a estar en la embajada.
Pero entendíamos que no se trataba de eso. Que se trataba de juntarnos y plegarnos a algo que iba a estar sucediendo en muchos lugares al mismo tiempo. Entendíamos que nuestro apoyo era más que nada simbólico, que difícilmente la patética prensa chilena (porque da aún más vergüenza leerla en el contexto del movimiento estudiantil) iba a decir algo. Entendíamos que, en el fondo, para lo que más servía era para calmar nuestras conciencias. Sentir que algo hacíamos y poder explicarle a los gringos curiosos que se acercaban, por qué nos estábamos manifestando.

Haciendo los carteles fuera de la embajada. Casi todos chilenos, una francesa y un español.

Y es que nos sucede a muchos que miramos los sucesos en Chile desde el extranjero una mezcla de sensaciones. Por un lado nos da una especie de envidia y ganas de estar allá (que a veces se transmutan en un "pucha, justo ahora que nos fuimos", como si se tratara de un concierto muy esperado), participando y respirando el ambiente, oyendo esos cacerolazos o las conversaciones en la calle, estando en las marchas.
Por otro lado, tal vez el más egoísta, es también una especie de consuelo estar alejado de un gobierno que hace aguas, cuyas comunicaciones son un desastre, sus decisiones, peores, y se agradece no tener que verlos todos los días en las noticias.
Pero hay algo interesante, que al menos he podido experimentar acá en Washington, siendo una ciudad donde las embajadas y los organismos políticos internacionales (tipo OEA, BID, Banco Mundial y FMI) permiten que haya un buen número de jóvenes sub-30 de distintos países -quienes son muchísimo más "progres" que lo que se podría esperar por la imagen que uno tiene de dichos organismos-; y es el hecho de que muchos nos preguntan acá sobre qué es lo que está sucediendo en Chile. Los españoles y otros latinoamericanos son los más interesados en saber qué es lo que se demanda, y quienes además demuestran una mayor empatía.
Y eso es un agrado.
Porque independiente de que las manifestaciones en Chile han recibido el apoyo de académicos europeos en el área de la educación, de rockstars gringos del activismo como Noam Chomsky y Naomi Klein, o el infatigable Eduardo Galeano; es muy reconfortante sentirlo en pares. Gente común y corriente (aunque informada y curiosa, lo que no es tan común...) que es capaz de sentir como propias estas manifestaciones. Hacerlas trascender a nuestro país, para plegarse a una petición que es global y estructural: ya no tiene legitimidad un sistema de exclusiones, donde las desigualdades se profundizan y donde el poder político y económico sólo se concentra. Y en manos que tienden a ser las mismas o demasiado amigas.

Sentir esa potencia, tan lejos de Chile, llena de un optimismo que se echaba de menos.
Y es por lo mismo que resultan tan absurdos los alegatos de gobierno de que los estudiantes han perdido el norte: cuando les dicen que no hay financiamiento, plantean recuperar el cobre para Chile y una reforma tributaria. Cuando les dicen que el plebiscito no está contemplado en nuestra constitución (la misma que se originó en un plebiscito trucho y dio a lugar al del '89), ellos dicen reformemos la constitución.
Y se les dice que está fuera de foco y que no son realistas, cuando en verdad lo que hacen es desnudar las carencias de nuestra institucionalidad y apuntar directamente a dónde hace aguas. Paradójicamente, para salvarla. Que es lo que los políticos todavía no son capaces de ver. Piensan que el parlamento es el lugar y no leen el bajísimo prestigio que tiene nuestro congreso, elegido con un sistema binominal y ahora con varios parlamentarios designados, que más encima habían perdido democráticamente en su intento por sentarse ahí...un chiste.
Si hay una consecuencia inesperada de este movimiento, ha sido su capacidad para desnudar en su crudeza el absurdo de todo el circo de nuestra institucionalidad. Desde el alcalde Zalaquett llamando a sacar a los militares hasta nuestra vergonzosa compatriota en Washington.

La educación no es el fin del problema ni tampoco es el problema de fondo, pero es uno de sus inicios. Hay demasiada gente ganando plata entre una institución educativa y quien se educa (directores, inmobiliarias, dueños, bancos, operadores de bolsa, instituciones financieras) como para que esa educación sea de mala calidad, más encima. Y el ciclo de la desigualdad sigue perpetuándose y las oportunidades privatizándose.
Y el tema es que en distintas partes del mundo las explosiones se sienten: democracia de verdad, fin del lucro inmoral de bancos, redistribución del poder, que la mayoría deje de pagar los platos rotos de una minoría que se arranca con el botín...
No hay mejor nombre que "indignados".

El movimiento de los estudiantes chilenos ya no sólo le pertenece a los chilenos. Y eso es una oportunidad gigantesca que da gusto tener la oportunidad de vivir.
Aunque sea de lejos.

Por Favor, después de tanto tiempo, reAcciones

Con la Casa Blanca de telón de fondo.
La lluvia mermó algo nuestra concurrencia, pero metimos harto ruido y muchos turistas se acercaron a ver y preguntar de qué se trataba.

P.S.: Fue un letargo demasiado prolongado. Agradezco a quienes me empujaron a volver a escribir. Como decía Felipito de Mafalda, "la voluntad debe ser la única cosa en el mundo que necesita que la pinchen cuando está desinflada". Esta columna está dedicada a quienes me hicieron explícito su deseo de que publique nuevamente. Gracias.
Por otro lado, como estoy en una situación de cuenta regresiva para abandonar EE.UU., se vendrán columnas con un balance de lo que ha sido este año aquí. Y esas vendrán pronto y bien seguidas. Prometido.